Libro de otras Oraciones
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Libro de otras Oraciones:
Oración Teológica

Cuando Nuestro Señor Jesucristo, aquella tarde, estuvo por vez postrera con los suyos y «les dio la última plenitud de Su amor», les prometió que no se quedarían solos, sino que Él les mandaría «otro intercesor»: Tú, el «Espíritu de la Verdad». Luego viniste en el tronar y llamear de Pentecostés, y ahora estás con nosotros.
Tú llevas a cada uno de nosotros por el camino de la salvación. Tú orientas el reino de Dios a través de la tiniebla y la confusión de los tiempos. Y a través de todo lo que ocurre, realizas la obra de la nueva creación, que un día debe hacerse manifiesta, cuando «vuelva el Señor a juzgar a los vivos y a los muertos».
Oh Santo, Tú nos has sido dado al modo del Espíritu. Estás con nosotros en una vida siempre renovada. Estás a nuestro lado en una aparición siempre nueva. Y tenemos la nueva vida en cuanto vuelves siempre a dárnosla. Por eso te rogamos que cumplas en nosotros la misión para la cual te envió el Hijo.
«Toma», oh Espíritu de Jesucristo, «lo que es ser, y dámelo», para que se haga mío. Haz brillar tu luz en mí, para que reconozca su verdad. Ata mi corazón a la lealtad de la fe, para que no me desvíe de ella. Y enséñame a amar, pues sin amor la verdad está muerta. «El amor no se basa en que seamos capaces de amar a Dios por nosotros mismos, sino en que Él nos ha amado primero.» Convence a mi corazón del amor de Dios, y dame la fuerza de corresponder a su amor, para que yo «permanezca en Dios y Él en mí».
Tú, oh Espíritu, haces surgir la nueva creación en el mundo envejecido: lléname de confianza en tu santo poder. Tu poder no es terrenal, y entre las violencias y las astucias de la tierra a menudo parece tonto y débil. Concede por eso a mi corazón la esperanza de «la libertad de la soberanía de los hijos de Dios».
Por Ti, oh Santo Espíritu, ha vivido nuestro Señor, y con Tu fuerza «ha vencido al mundo». Pero el mundo lo somos nosotros mismos: nuestro corazón egoísta, ciego y tonto. Tómalo en tu poder, hazlo dócil y ancho, para gue Él pueda vivir en nosotros y nosotros en Él.
Amén.



Libro de otras Oraciones:
Oración para pedir prudencia y alejar la tentación

No permitas, Ángel de la Guarda, que me avergüence nunca de mis creencias. Dame, Ángel, prudencia y tacto para saber en cada caso qué es lo que conviene hacer. Te lo pido por Nuestro Señor Jesucristo.
Madre mía Santísima, fuerte como un ejército en orden de batalla, por intercesión de mi Ángel, no permitas nunca que claudique en el momento de la tentación.
Ayúdame y protégeme para vencer este duro combate contra el mal. Ahora y siempre te alabe por tu Gracia. Amén.



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Consagración Al Espíritu Santo del Padre Arintero

¡Oh Espíritu Santo, lazo divino que unís al Padre con el Hijo en un inefable y estrechísimo lazo de amor! Espíritu de luz y de verdad, dignaos derramar toda la plenitud de vuestros dones sobre mi pobre alma, que solemnemente os consagro para siempre, a fin de que seáis su preceptor, su director y su maestro. Os pido humildemente fidelidad a todos vuestros deseos e inspiraciones y entrega completa y amorosa a vuestra divina acción.

¡Oh Espíritu Creador! Venid, venid a obrar en mí la renovación por la cual ardientemente suspiro: renovación y transformación tal que sea como una nueva creación, toda de gracia, de pureza y de amor, con la que dé principio de veras a la vida enteramente espiritual, celestial, angélica y divina que pide mi vocación cristiana.

¡Espíritu de santidad, conceded a mi alma el contacto de vuestra pureza y quedará más blanca que la nieve! ¡Fuente sagrada de inocencia, de candor y de virginidad, dadme a beber de vuestra agua divina, apagad la sed de pureza que me abrasa, bautizándome con aquel bautismo de fuego cuyo divino bautisterio es vuestra divinidad, sois vos mismo!

Envolved todo mi ser con sus purísimas llamas. Destruid, devorad, consumid en los ardores del puro amor todo cuanto haya en mí que sea imperfecto, terreno y humano, cuanto no sea digno de vos.

Que vuestra divina unción renueve mi consagración como templo de toda la Santísima Trinidad y como miembro vivo de Jesucristo, a quien, con mayor perfección aún que hasta aquí, ofrezco mi alma, cuerpo, potencias y sentidos con cuanto soy y tengo.

Heridme de amor, ¡oh Espíritu Santo!, con uno de esos toques íntimos y sustanciales, para que, a manera de saeta encendida, hiera y traspase mi corazón, haciéndome morir a mí mismo y a todo lo que no sea el Amado. Tránsito feliz y misterioso que vos sólo podéis obrar, ¡oh Espíritu divino!, y que anhelo y pido humildemente.

Cual carro de divino fuego, arrebatadme de la tierra al Cielo, de mí mismo a Dios, haciendo que desde hoy more ya en aquel paraíso que es su corazón.

Infundidme el verdadero espíritu de mi vocación y las grandes virtudes que exige y son prenda segura de santidad: el amor a la cruz y a la humillación y el desprecio de todo lo transitorio. Dadme, sobre todo, una humildad profundísima y un santo odio contra mí mismo. Ordenad en mí la caridad y embria-gadme con el vino que engendra vírgenes.

Que mi amor a Jesús sea perfectísimo, hasta llegar a la completa enajenación de mí mismo, a aquella celestial demencia que hace perder el sentido humano de todas las cosas, para seguir las luces de la fe y los impulsos de la gracia.

Recibidme, pues, ¡oh Espíritu Santo!; que del todo y por completo me entregue a vos. Poseedme, admitidme en las castísimas delicias de vuestra unión, y en ella desfallezca y expire de puro amor al recibir vuestro ósculo de paz.

Amén.



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Señor, con Vos sólo estoy contento.

Señor, con Vos sólo estoy contento,
Vos sólo bastáis a me hartar,
sin Vos no quiero a nadie,
y con Vos todo lo tengo;
estad Vos conmigo y fáltenme todos;
consoladme Vos, y desconsuéleme todo el
mundo; sed Vos conmigo y todo el resto contra mí.



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Plegaria a todos los Ángeles

Sabias y útiles diosas, de la labor tranquila protectoras, mi espíritu busca paz y reposo; mientras cincela el verso y el pensamiento hila encuentre en vuestras manos el premio venturoso.
Proteged a mi estrofa del odio y del olvido, dadle el dulce secreto de hablar con voz eterna; resplandezca un instante su inefable sentido y perdure en lo excelso de noble alma fraterna.
Que el fulgido relámpago que en mi mente se aviva arda, perenne estrella, en vuestro cielo puro. Encended en mi espíritu la venturanza altiva que le muestre en vosotros la fe al ensueño oscuro.
Y así yo siempre, os admiro, ángeles y musas entregar a mi lámpara de óleo sacro el aliento; y si en la sombra acechan las lúgubres medusas, las ciegue la luz que enciende el pensamiento.